CAPÍTULO VI. La ortografía de las expresiones procedentes de otras lenguas

3. Las transcripciones de voces procedentes de lenguas que no utilizan el alfabeto latino en su escritura

La asimilación de nombres propios y de préstamos provenientes de lenguas que utilizan alfabetos no latinos (por ejemplo, el árabe, el hebreo o el cirílico), o que carecen de representación escrita en un sistema alfabético (por ejemplo, las de escritura ideográfica o silábica, como el chino o el japonés), pasa necesariamente por su conversión a los caracteres de nuestra lengua. La reproducción de las grafías en su alfabeto o sistema de escritura original queda reservada a los textos especializados pertenecientes a disciplinas como la paleografía, la epigrafía o la archivística.

La conversión al alfabeto latino de estos vocablos puede llevarse a cabo a través de dos procedimientos: la transliteración, que consiste en la mera conmutación de los caracteres no latinos por letras de nuestro alfabeto (previo establecimiento de una equivalencia ideal entre ambos sistemas gráficos), y la transcripción, que trata de representar la pronunciación original teniendo en cuenta el sistema de correspondencias entre grafemas y fonemas de la lengua de destino.

La transliteración intenta reproducir fielmente la sustancia gráfica de la forma original a través de un sistema distinto de escritura, y es un método utilizado fundamentalmente por lingüistas y filólogos. Su ventaja principal es que el resultado es uniforme, con independencia de cuál sea la lengua de destino entre las escritas con un mismo alfabeto (siempre, claro está, que se utilice un único sistema de transliteración); además, es fácilmente reversible, esto es, permite restaurar de modo automático la forma en su sistema de escritura originario. Como contrapartida, no aporta información clara a los no especialistas acerca de la pronunciación real de las voces transliteradas.

La transcripción, en cambio, intenta reproducir la sustancia fónica, para lo que deben tomarse en consideración las convenciones gráfico-fonológicas de la lengua de destino, buscando en muchas ocasiones equivalencias aproximadas para fonemas de la lengua original que no existen en la de acogida. Esto impide que el resultado sea uniforme para todas las lenguas que emplean un mismo sistema alfabético, ya que la finalidad última es que el lector, tanto el especialista como el lego, sea capaz de reproducir lo más fielmente posible la pronunciación originaria. A su vez, cabe distinguir entre las transcripciones estrictas, que recurren al uso de signos especiales con el fin de representar gráficamente determinadas características de los sonidos o fonemas del original ajenos a la lengua de destino (como pueden ser diacríticos con los que marcar la cantidad vocálica, las palatalizaciones o los clics guturales), y aquellas más laxas, en las que solo aparecen letras o signos de uso común en la lengua de llegada, y que suponen ya una verdadera adaptación del término, interpretable por cualquier lector. En el siguiente ejemplo pueden compararse ambos tipos de transcripción. De acuerdo con el sistema de la Escuela de Estudios Árabes de Granada, la forma Hamās es una transcripción rigurosa de este nombre propio, que incluye la marca de su cantidad silábica (pues la última vocal es larga), y sería la indicada para su empleo en textos especializados. En cambio, la transcripción simplificada Hamás (con pronunciación aspirada de la h) es ya una adaptación a nuestra ortografía, puesto que establece una equivalencia entre la cantidad silábica y el acento prosódico, y refleja con ello la pronunciación normal de esta voz por los hispanohablantes.

La diferencia entre transliteración (idéntica en todas las lenguas si se utiliza una misma tabla de correspondencias) y transcripción conforme a las convenciones particulares de cada lengua puede apreciarse en la manera en que se escribe en distintos idiomas el nombre de Dios para los musulmanes, cuya transliteración del árabe es allāh: en español y portugués se escribe Alá; en catalán, Al·là; en inglés, francés, italiano y alemán, Allah; y en checo, Alláh.

El establecimiento de los criterios de transliteración y transcripción estricta de las palabras procedentes de lenguas ágrafas o con alfabetos no latinos es competencia de los expertos en cada una de esas lenguas, y suele canalizarse a través de instituciones académicas, publicaciones especializadas u organismos de normalización. Conviene no olvidar, sin embargo, que, en la mayor parte de los casos, los estándares de transcripción suelen basarse en las equivalencias fonéticas propias del inglés o del francés, de manera que la adopción en español de esas transcripciones extranjerizantes sin que medie una adaptación a nuestro sistema gráfico-fonológico puede originar desajustes más o menos graves, que hay que tratar de evitar. Voces que han penetrado en nuestra lengua a través de transcripciones extranjeras son, por ejemplo, gymkhana (grafía inglesa del hindi gdkhāna o urdu gendkhāna) y judo (grafía inglesa o francesa del japonés jūdō, también transcrito ŷūdō), que en español, para evitar divergencias entre pronunciación y grafía, deben escribirse yincana y yudo.

Se ofrecen, por ello, aquí unas someras recomendaciones para la hispanización de las transcripciones de voces procedentes de lenguas que no emplean el alfabeto latino en su escritura, y que en otras lenguas de nuestro entorno adoptan grafías que no se adecuan a nuestro sistema ortográfico. El objetivo es lograr que las grafías de esas voces en español reflejen de forma adecuada e inequívoca en nuestra lengua la pronunciación original —o la aproximación a ella que el uso general haya fijado—, sin introducir elementos de distorsión en nuestro sistema ortográfico. No se trata de un catálogo exhaustivo, sino de una relación de las combinaciones más habituales o las que más frecuentemente pueden inducir a error. En cualquier caso, el criterio general que debe siempre presidir la aplicación de estas recomendaciones es adecuar la forma gráfica de la palabra a su pronunciación asentada en español, evitando la aparición de secuencias gráficas ajenas a nuestro sistema y respetando las correspondencias entre fonemas y grafemas expuestas en el capítulo I, § 6, de esta misma obra.

a) Los sonidos vocálicos deben quedar representados por sus grafemas correspondientes en español, y no por combinaciones de vocales propias de otras lenguas. Así, /i/ por i: al-Yazira (y no al-Jazeera); /u/ por u: Rangún (y no Rangoon), siux (y no sioux), Yamusukro (y no Yamoussoukro).

b) Debe escribirse i (y no y) en representación del fonema /i/ en interior de palabra o en posición final precedida de consonante: Husáin (y no Husayn), Trotski (y no Trotsky).

c) Si la transcripción del original presenta una i precedida de vocal en posición final de palabra, suele mantenerse: Alexéi, Altái, bonsái, samurái; aunque resultaría más apropiado transformarla en -y, que es la grafía normal en español para representar el fonema /i/ en esta posición (v. cap. I, § 6.1.2.1.2b): bonsay, samuray.

d) La j con valor vocálico debe convertirse en i latina: Liubliana (y no Ljubljana), Voivodina (y no Vojvodina).

e) Cuando la letra w forme parte de un diptongo y no esté a comienzo de palabra o de sílaba, es conveniente sustituirla por u: Anuar (y no Anwar), Ruanda (y no Rwanda), suajili (y no swahili), Zimbabue (y no Zimbabwe).

f) Cuando las grafías dj, j o g representen un fonema consonántico similar a nuestro palatal /y/, deben sustituirse por la letra y: Tayikistán (y no Tajikistan ni Tadjikistan), Yamal (y no Jamal), Yibuti (y no Djibouti), yincana (y no gymkhana).

g) Cuando la h presente en algunos grupos consonánticos carezca de valor fónico en español, es preferible omitirla: Bután (y no Bhutan), Katmandú (y no Kathmandu), Nuadibú (y no Nouadhibou), Rodesia (y no Rhodesia).

h) La g debe transformarse en el dígrafo gu cuando represente el fonema velar sonoro /g/ ante e, i: Serguéi (y no Sergei), Menájem Beguín (y no Menachem Begin).

i) Cuando el grupo kh represente el fonema velar fricativo sordo /j/, debe escribirse j en español: Bajtín (y no Bakhtin), Jartum (y no Khartum), sij (y no sikh).

j) En español se utiliza la grafía f, y no el dígrafo ph, para representar el fonema /f/: bustrofedón (y no boustrophedón), Faros (y no Pharos), Fidias (y no Phidias).

k) Cuando el grupo tch aparezca en representación de un fonema palatal africado, se escribirá ch en español: Beluchistán (y no Belutchistan), Chaikovski (y no Tchaikovski), Jachaturian (y no Khatchatourian).

l) Las consonantes geminadas se simplifican: Hasán (y no Hassan), Sadam (y no Saddam), Vasili (y no Vassily).

Para más información sobre la transcripción de nombres propios, v. cap. VII, § 4.

     

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