CAPÍTULO VII. La ortografía de los nombres propios

3. Topónimos

3.2. Topónimos extranjeros

3.2.2. Transferencia, traducción e hispanización de topónimos

Paralelamente a lo expuesto para los antropónimos (v. § 2.2), en un sentido amplio podría entenderse por traducción de un topónimo su hispanización (París, por Paris) o su sustitución por el exónimo tradicional (Birmania, en lugar de Myanmar); solo cabría hablar de traducción en sentido estricto en casos como la Selva Negra, por Schwarzwald, donde el nombre español constituye la traducción exacta de los elementos que componen el término alemán. Los topónimos que aluden en su denominación a un referente geográfico genérico que encuentra correspondencia en la realidad son más proclives a la traducción literal: así, Costa Azul resulta apropiado en lugar de la expresión francesa Côte d’Azur, frente a Reinas, solución extraña en referencia al distrito de Nueva York llamado Queens.

Información adicional

En la traducción de los topónimos pueden aparecer también falsos amigos, esto es, casos en los que la similitud formal entre dos voces o expresiones que pertenecen a lenguas distintas propicia su consideración errónea como expresiones semánticamente equivalentes, pese a tener, en realidad, significados diversos: la denominación española de la ciudad belga de Brujas es un falso amigo de la forma neerlandesa Brugge, cuyo significado etimológico es ‘puentes’, y el canal de la Mancha procede de la expresión francesa La Manche, que significa ‘la manga o brazo de mar’.

En la actualidad, la traducción estricta se aplica únicamente en los sustantivos genéricos clasificadores de accidentes geográficos (bahía de Chesapeake) y en algunos topónimos mayores (Costa de Marfil), al tiempo que se mantienen las traducciones tradicionales asentadas (Ciudad del Cabo).

De modo general, puede establecerse que, cuanto mayor es la magnitud del referente geográfico del topónimo (países, regiones, grandes ciudades, etc.), mayor es la frecuencia de uso de este, que tiende a adoptar y fijar una forma española, ya sea por traducción o por hispanización de su grafía; para los topónimos menores, a los que se alude solo ocasionalmente, suele mantenerse la forma forastera original.

De manera asimismo análoga a lo señalado en los epígrafes sobre antroponimia extranjera, la tendencia a la traducción de los topónimos ha disminuido a lo largo del tiempo, de modo que el uso actual revela una clara predilección por la transferencia de la forma original. Este procedimiento se ha venido aplicando con nombres de lugar para los que no existía una denominación española tradicional (Aix-en-Provence, Heidelberg, Montpellier o Plymouth) y es la fórmula habitual hoy para aquellos términos que irrumpen en nuestro repertorio toponímico, y que, en general, aluden a un enclave hasta el momento poco familiar para los hispanohablantes (Daikondi, provincia afgana; Vestmannaeyjar, grupo de islas al sur de Islandia). En la actualidad, la rapidez con que se amplía nuestro conocimiento del mundo, la urgencia en la difusión de las noticias y los continuos cambios geopolíticos contribuyen a la puesta en circulación de un gran número de topónimos cuya presencia en el uso se supedita a la vigencia de la información con la que están relacionados. Naturalmente, la mayor parte de estos topónimos no cuentan con una forma tradicional española o, de poseerla, ha quedado relegada al olvido (como ocurrió con Mastrique, exónimo español desusado para la ciudad neerlandesa de Maastricht), de modo que suele preferirse su transferencia; solo cuando alguno de estos topónimos menores prolonga su uso en nuestra lengua hasta asentarse en ella, los hablantes sienten la necesidad de dotarlo de forma propia.

Ahora bien, siempre que exista un exónimo tradicional asentado que siga vigente, esto es, que siga siendo mayoritariamente empleado por los hispanohablantes, se recomienda conservarlo en los textos escritos en español: «La líder opositora y premio nobel de la paz está bajo arresto domiciliario en Rangún» (Vanguardia@ [Esp.] 16.11.2009) [no Yangon]; «En una misteriosa tarde, escapó milagrosamente de un remolino asesino, frente a la playa de su casa en Esmirna» (Serrano Dios [Col. 2000]) [no Izmir]. No constituyen una excepción los exónimos que forman parte del nombre de equipos deportivos radicados en el lugar al que alude el topónimo: Estrella Roja de Belgrado, Inter de Milán, Steaua de Bucarest, Juventus de Turín. Pese a que, en los últimos años, los medios de comunicación tienden a mantener la forma original en estas denominaciones, se recomienda emplear, cuando exista, la forma tradicional española.

Puede darse la circunstancia, sin embargo, de que la forma tradicional española correspondiente a un determinado topónimo extranjero haya caído en desuso o pase a considerarse políticamente inadecuada, situación que fuerza su reemplazo por la forma local del topónimo, proceso irreversible cuando esta última se asienta como preferida: Bremen (ant. Brema), Ankara (ant. Angora). Tanto en estos casos como en aquellos en que el topónimo no cuenta con un exónimo tradicional en español, el uso moderno se inclina por el mecanismo de la transferencia fidedigna de la forma original: «Hume Cronyn, uno de los grandes actores secundarios de la escena y de la gran pantalla, falleció el domingo en su casa de Fairfield, Connecticut» (País [Esp.] 20.6.2003); «La plusmarca continental anterior (6.48) la había establecido Linford Christie el 1 de marzo de 1994 en la ciudad alemana de Karlsruhe» (Mundo [Esp.] 20.2.1995).

La hispanización se reserva hoy para aquellos exónimos de reciente o nueva introducción cuya identidad gráfica no se ve sustancialmente alterada por los cambios necesarios para adecuarlos a nuestro sistema gráfico-fonológico (Bangladés, Galípoli, Lesoto). En el caso de los topónimos que corresponden a transcripciones de lenguas de alfabeto no latino (v. § 4), lo más aconsejable es que la grafía se hispanice, esto es, que se asimile en lo posible a las pautas ortográficas y prosódicas del español.

La preferencia por el respeto de la grafía o de la pronunciación del original a la hora de hispanizar un topónimo, cuando se produce, se ha modificado con el tiempo. En el pasado, la información se difundía fundamentalmente a través de medios escritos y, en consecuencia, se introducía la grafía del topónimo extranjero, la cual, prescindiendo de secuencias ajenas a nuestro sistema, solía adoptar una pronunciación sujeta al sistema español de correspondencias entre grafemas y fonemas: Sarajevo (esp. [sarajébo], croata [sárayébo]), Podgorica (esp. [podgoríka], serbio [pódgoritsa]), Austin (esp. [áustin], ingl. [óstin]). En la actualidad, por el contrario, el carácter predominantemente oral de los principales medios de comunicación, la radio y la televisión, ha contribuido de forma notable a propagar el conocimiento de las pronunciaciones locales y, por consiguiente, la hispanización de estos topónimos habrá de modificar la grafía extranjera, para que refleje adecuadamente la pronunciación aproximada del original conforme a nuestro sistema ortográfico: Yibuti (por Djibouti), Tayikistán (por Tadzhikistan), Naipyidó (propuesta de adaptación de Nay Pyi Taw, nombre original de la nueva capital de Birmania).

     

    Ortografía de la lengua española
    Real Academia Española © Todos los derechos reservados

    cerrar

    Buscador general de la RAE