CAPÍTULO V. La representación gráfica de las unidades léxicas

2. Unión y separación de elementos en la escritura

La disposición visual de los textos escritos no ha sido siempre la misma, sino que ha ido cambiando y evolucionando a lo largo de la historia. Así, un rasgo que nos parece hoy consustancial al texto escrito como el empleo del espacio en blanco para separar palabras no existió durante un largo periodo de la historia de la escritura alfabética occidental. Aunque en las escrituras griegas más antiguas se observa la práctica de separar las palabras mediante un punto colocado a media altura, los griegos adoptaron pronto un tipo de disposición caracterizado por presentar los textos como una secuencia ininterrumpida de caracteres, sin separación entre palabras, enunciados o párrafos, y con ausencia casi absoluta de signos de puntuación o de otras ayudas a la lectura. Los romanos, que en un principio acostumbraban también a separar las palabras mediante diversos recursos, acabaron imitando el modelo griego, y el latín pasó a escribirse desde finales del siglo I d. C. en esa misma modalidad, denominada scriptio continua (escritura continua). En ella, el texto aparece como un bloque compacto, una sucesión continuada de letras que solo se interrumpe cuando finaliza un gran tema, lo que no deja de resultar chocante para un lector de hoy, plenamente acostumbrado a contar con las ayudas a la lectura e interpretación de los textos que suponen el espacio en blanco y los signos de puntuación. La escritura continua dificulta el acercamiento al texto y ralentiza su lectura y comprensión, pues exige una tarea previa de vocalización que permita distinguir sus unidades.

Para justificar esta disposición, en principio tan poco eficaz, pueden apuntarse motivaciones de tipo estético (dotaba a la página de una apariencia uniforme y equilibrada) y económico (el espacio disponible en el soporte gráfico se aprovechaba al máximo), así como otras de índole psicocognitiva y sociocultural. Debe tenerse en cuenta que los blancos de separación entre palabras carecen de correlato en el plano oral, pues no se corresponden necesariamente con silencios o pausas en la cadena hablada, que es percibida por el oído como un flujo sonoro continuo. Al tratarse de una convención puramente gráfica, su necesidad no resultaba tan evidente en una época en que los textos escritos estaban concebidos sobre todo para su declamación, para su lectura en voz alta. La lectura fue durante mucho tiempo, prácticamente hasta la invención de la imprenta, una actividad realizada en público por especialistas entrenados para tal fin, que declamaban los textos ante un auditorio. Ciertos elementos auxiliares, los espacios en blanco de mayor o menor longitud y algunas marcas precursoras de los modernos signos de puntuación se empleaban como recurso didáctico para enseñar a leer o como apoyo con el que los antiguos oradores y lectores profesionales procuraban facilitarse la correcta interpretación de la scriptio continua, así como la apropiada declamación subsiguiente. El texto hallaba, pues, su sentido al ser leído en voz alta para otros o musitado para uno mismo.

No fue hasta los siglos VI y VII d. C. cuando comenzaron a introducirse progresivamente en los textos manuscritos, al principio de forma un tanto asistemática, los espacios en blanco para delimitar unidades de sentido, práctica que se inició en los monasterios irlandeses y británicos, cuyos monjes percibían con más facilidad el texto latino, ajeno por completo a su lengua materna, como una entidad puramente escrita, independiente de su realización oral. Esta práctica, junto con un rudimentario sistema de puntuación, progresivamente perfeccionado, se fue difundiendo desde los monasterios insulares al resto del continente europeo y no se impondrá por completo hasta el siglo XII, época en la que puede considerarse definitivamente instalada la costumbre de separar las palabras en los textos manuscritos. A favor de esta tendencia jugó también un importante papel el influjo de la cultura árabe en la Europa medieval: la separación de las palabras es inherente a la escritura de las lenguas semíticas, de modo que las múltiples traducciones de escritos científicos árabes respetaban el espacio entre palabras que aparecía en los textos originales. La incorporación a la escritura general de toda una serie de recursos gráficos encaminados a favorecer la legibilidad del texto, entre los que figura como elemento de primer orden el espacio en blanco para separar las palabras, se afianza definitivamente con el humanismo renacentista y la invención de la imprenta a mediados del siglo XV. Estos recursos favorecen el reconocimiento visual de las distintas unidades textuales, lo que aumenta la velocidad de lectura y posibilita que esta se convierta en una actividad individual y silenciosa, tal como se practica en la actualidad.

Así pues, la correcta delimitación de las palabras en la escritura es una tarea ortográficamente relevante, que, en general, los hablantes realizan sin dificultad. Pero, como se ha apuntado más arriba, existen casos en que pueden plantearse dudas o vacilaciones a la hora de decidir si ciertos segmentos del discurso deben escribirse amalgamados o separados, en una o en varias palabras. En los apartados siguientes se analizará, desde esta perspectiva, la escritura de determinados tipos de formas o expresiones complejas que suponen una dificultad en este sentido.

 

Más información sobre conceptos del capítulo

En relación con este capítulo, las siguientes entradas del Glosario de términos gramaticales podrían ser de su interés:
adverbio en -mente, adverbio interrogativo, compuesto, conjunción adversativa, conjunción causal, conjunción ilativa, nombre propio, numeral, onomatopeya, prefijo, preposición, pronombre átono, relativo, sufijo

Ortografía de la lengua española
Real Academia Española © Todos los derechos reservados

cerrar

Buscador general de la RAE