CAPÍTULO III. El uso de los signos ortográficos

3. Signos de puntuación

3.4. Usos de los signos de puntuación

3.4.8. Las comillas

3.4.8.1. Las comillas como signo delimitador

Como el resto de los signos dobles hasta aquí tratados, las comillas introducen y delimitan un segundo discurso, que se inserta en el discurso principal con algún fin. En su uso prototípico, las comillas sirven para enmarcar la reproducción de palabras que corresponden a alguien distinto del emisor:

«Sobreviven los que se adaptan mejor al cambio», dijo Darwin.

Como discurso autónomo con respecto al principal, las secuencias encerradas entre comillas pueden tener puntuación propia:

«Probablemente venían repitiéndole esa frase desde que tenía uso de razón: “Papá nunca miente, Lolita. Papá es perfecto”, y lo había creído» (Salisachs Gangrena [Esp. 1975]).

Fuera de este uso —a través del cual intervienen eficazmente en la organización de la información—, las comillas cuentan con otra serie de funciones de menor peso discursivo que pueden considerarse también demarcativas, aunque de distinta naturaleza, y que las acercan a los recursos tipográficos. Se detallan estas funciones en el apartado 3.4.8.2. Se enumeran a continuación los usos principales de las comillas en su función delimitadora de unidades textuales:

3.4.8.1.1 En citas

Las comillas se utilizan para enmarcar citas textuales. Si el texto que se reproduce consta de varios párrafos, antes era costumbre colocar comillas de cierre al comienzo de cada uno de ellos (salvo, claro está, en el primero, que se inicia con comillas de apertura):

Dice Rafael Lapesa en su obra Historia de la lengua española, a propósito de los germanos:

«En el año 409 un conglomerado de pueblos germánicosvándalos, suevos y alanosatravesaba el Pirineo y caía sobre España […].

»Así quedó cumplida la amenaza que secularmente venía pesando desde el Rhin y el Danubio».

Hoy, lo normal es reproducir la cita con sangrado respecto del resto del texto, generalmente en un cuerpo menor o en cursiva. En ese caso, ya no son necesarias las comillas:

Dice Rafael Lapesa en su obra Historia de la lengua española, a propósito de los germanos:

En el año 409 un conglomerado de pueblos germánicosvándalos, suevos y alanosatravesaba el Pirineo y caía sobre España […].

Así quedó cumplida la amenaza que secularmente venía pesando desde el Rhin y el Danubio.

Cuando se intercala un comentario del transcriptor de la cita señalando su autoría, este debe enmarcarse entre rayas (v. § 3.4.7.1.3), sin necesidad de cerrar las comillas para volverlas a abrir después del inciso: «Es imprescindibleseñaló el ministroque se refuercen los controles sanitarios en las fronteras».

También se encierran entre comillas las palabras textuales que se reproducen dentro de un enunciado en estilo indirecto:

«Desde Medicus Mundi reconocieron ayer sentir “impotencia y congoja” por este asesinato y exigieron “un compromiso de las autoridades para el esclarecimiento de estos graves hechos”» (País@ [Esp.] 12.6.2000).

La inclusión, a través de las comillas, de un texto literal dentro de un enunciado en estilo indirecto es aceptable siempre y cuando no se incumpla alguna de las condiciones impuestas por dicho estilo, como la correlación de tiempos verbales o los cambios en determinados pronombres o adverbios. No sería aceptable, por tanto, un enunciado como el siguiente: ⊗‍Mi madre nos recomendó que «no salgáis a la calle sin abrigo».

Para el uso de mayúscula o minúscula inicial en el texto entrecomillado, v. cap. IV, § 4.1.1.4b.

3.4.8.1.2 En la reproducción de pensamientos

Se emplean las comillas para enmarcar, en las obras literarias de carácter narrativo, los textos que reproducen de forma directa los pensamientos de los personajes:

«“¡Hasta en latín sabe maldecir el pillastre!”, pensó el padre» (Clarín Regenta [Esp. 1884-85]).

Cuando los pensamientos del personaje ocupan varios párrafos, se colocan comillas de cierre al comienzo de cada uno de ellos (salvo, claro está, en el primero, que se inicia con comillas de apertura):

«“¡Oh, a él, a don Álvaro Mesía le pasaba aquello! ¿Y el ridículo? ¡Qué diría Visita, […] qué diría el mundo entero!

”Dirían que un cura le había derrotado. ¡Aquello pedía sangre! Sí, pero esta era otra”. Si don Álvaro se figuraba al Magistral vestido de levita, acudiendo a un duelo a que él le retaba…, sentía escalofríos» (Clarín Regenta [Esp. 1884-85]).

     

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