CAPÍTULO II. La representación gráfica del acento: el uso de la tilde

2. El acento prosódico

2.3. Unidad lingüística de referencia desde el punto de vista acentual: la palabra

2.3.3. Palabras con más de una acentuación prosódica

Lo normal en el léxico de una lengua es que cada palabra tenga una sola acentuación prosódica, es decir, que se pronuncie acentuando siempre la misma sílaba. Esto es así en la mayoría de las palabras del español, de modo que las reglas de acentuación gráfica se aplican para reflejar esa única acentuación prosódica.

No obstante, existe un reducido número de palabras que presentan más de una acentuación prosódica, es decir, que pueden pronunciarse hoy de varias formas, sin dejar de ser la misma palabra, esto es, sin que ese cambio en la sílaba sobre la que recae el acento lleve asociado ningún cambio en el valor semántico o referencial del término. En esos casos, las reglas de acentuación gráfica, siempre que las variantes de pronunciación sean válidas, y no fruto del error o del desconocimiento de la adecuada articulación del término, deben reflejar las diferentes posibilidades. Ello da lugar a la existencia de varias grafías para una misma palabra desde el punto de vista acentual, como ocurre en rubeola o rubéola, maniaco o maníaco, Kosovo o Kósovo. En estos casos, quien escribe deberá elegir la grafía que refleje la acentuación prosódica con la que articula el término en la lengua oral.

Normalmente son solo dos las pronunciaciones posibles en aquellas palabras que admiten variantes acentuales, como en los ejemplos anteriormente citados, si bien existe de manera excepcional algún caso de triple acentuación admitida, como el de bustrófedon, bustrofedon, bustrofedón; en esta palabra, la acentuación esdrújula, la más habitual, es, sin embargo, antietimológica, ya que en griego era aguda ([bustrofedón]) y, en latín, llana ([bustrofédon]), de ahí que se admitan también estas otras dos pronunciaciones y sus grafías asociadas, aunque resulten minoritarias.

La existencia de palabras con doble acentuación en español es un fenómeno de carácter excepcional no solo porque afecta a un pequeño número de términos, sino también porque los cambios en la posición del acento en las palabras españolas a lo largo de su historia son bastante inusuales: lo normal es que el acento se mantenga invariablemente en la misma sílaba, con independencia de que la palabra haya sufrido alteraciones que hayan modificado su cuerpo fónico. Así, a pesar de los cambios que puedan haber experimentado las palabras en el curso de su evolución, por lo general la sílaba tónica de la palabra española suele coincidir con la de su étimo: ciGÜEña (del latín ciCOnia), aBEja (del latín aPIcula), TIbio (del latín TEpidus), alCALde (del árabe hispano alQAi). En particular, en el caso de las palabras patrimoniales, que proceden del latín y constituyen el bloque más importante dentro del léxico español, son muy pocas aquellas en las que la posición del acento ha experimentado alguna modificación con respecto al original latino, como ha ocurrido, por ejemplo, con rrago, esdrújula en español, pero llana en latín: faRRAgo. En casos como el citado hay que suponer la existencia, en alguna etapa de la historia del español, de un periodo de transición en el que habrían coexistido dos variantes acentuales, la etimológica y la que acabó triunfando.

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Se llaman palabras patrimoniales las que se han transmitido por evolución natural ininterrumpida desde el latín al español y, por tanto, han sufrido todos los cambios descritos por las leyes fonéticas propias de nuestro idioma. Las palabras patrimoniales se oponen a los denominados cultismos, esto es, a las palabras tomadas en préstamo del latín o del griego, en momentos diversos, que no han experimentado en su totalidad estos cambios y, por tanto, presentan una grafía idéntica o muy próxima a la de su étimo. Por ejemplo, la palabra latina auricŭla ha dejado en el léxico del español dos términos: el patrimonial oreja y el cultismo aurícula.

Son pocas las voces patrimoniales con doble acentuación en las que ninguna de las formas se ha impuesto aún claramente a la otra, de manera que ambas siguen siendo válidas en el uso actual, caso de pabilo (forma que conserva la acentuación llana del étimo latino papilus) o pábilo (variante esdrújula debida probablemente al influjo de pábulo), o de frijol o fríjol, junto con sus variantes frejol o fréjol, procedentes del latín faSEolus.

El fenómeno de la doble acentuación afecta sobre todo a palabras que el español ha tomado de otras lenguas, ya se trate de cultismos de origen grecolatino o de préstamos de diversas lenguas a lo largo de su historia. La existencia de variantes acentuales suele deberse a la convivencia de la forma que conserva la acentuación etimológica y la que ha experimentado un cambio acentual debido a diferentes factores, como pueden ser la adecuación al patrón acentual más habitual del español, la analogía con otros préstamos, el contagio de la acentuación de términos de forma similar o el influjo de la acentuación de esas mismas voces en otras lenguas de gran prestigio o influencia, o que han vehiculado el préstamo, normalmente el inglés o el francés.

En muchos de los casos de doble acentuación en cultismos de origen griego o latino, una de las variantes refleja la acentuación etimológica, y la otra, su adecuación al patrón prosódico acentual más normal en español, que es el llano; esto ocurre, por ejemplo, en los casos de olimpíada /olimpiada, período/periodo, en términos procedentes de diminutivos latinos en -ŏlus, -ŏla (alvéolo/alveolo, bronquíolo/bronquiolo, folíolo/ foliolo, pecíolo/peciolo, aréola /areola, lauréola /laureola) o en voces formadas con el elemento compositivo -íaco/-iaco (austríaco/austriaco, maníaco/maniaco, elegíaco/elegiaco, etc.). También presentan doble acentuación los cultismos formados con el elemento compositivo -mancía /-mancia (‘adivinación’), como nigromancía /nigromancia, quiromancía /quiromancia, etc., si bien en este caso la acentuación etimológica -mancía está en franco retroceso y en todas esas palabras es hoy mayoritaria la acentuación antietimológica -mancia.

El hecho de que muchos cultismos sean etimológicamente esdrújulos explica otros casos de doble acentuación, en los que se ha modificado la originaria del étimo griego o latino para acomodarla al patrón esdrújulo asociado con las voces cultas y con los tecnicismos científicos; así, en algunas palabras se ha generado una variante esdrújula antietimológica, que convive con la forma que mantiene la acentuación propia del étimo griego o latino, como ha ocurrido en ósmosis, variante preferida a la forma llana osmosis [osmósis], que refleja la acentuación griega; o en médula, hoy mayoritaria frente a medula [medúla], que conserva la acentuación llana del latín meDUlla.

En otros cultismos, las variantes acentuales responden a la divergencia existente entre la acentuación del étimo griego y la del étimo latino, como ocurre en metopa, variante llana acorde con la acentuación griega, y métopa, forma esdrújula acorde con la pronunciación latina; o en metempsícosis, que mantiene la acentuación del étimo griego, y metempsicosis, que refleja la del étimo latino; o en las voces formadas con ciertos elementos compositivos, como -plejia /-plejía (hemiplejia /hemiplejía, paraplejia /paraplejía, etc.) o -scopia /-scopía (artroscopia /artroscopía, microscopia /microscopía, etc.), en los que la terminación -ía refleja la prosodia griega, y la terminación -ia, la latina. En lo que respecta a estos dos últimos casos, puede afirmarse que existe hoy una clara preferencia en todo el ámbito hispánico por la acentuación -plejia en las voces formadas con este elemento compositivo, mientras que en las que incluyen la terminación -scopia /-scopía las preferencias pueden variar según los términos e incluso los países.

En los préstamos de otras lenguas, los casos de doble acentuación también responden normalmente a la coexistencia de las formas que conservan la acentuación etimológica con otras que cambian la sílaba tónica por diferentes motivos. Unas veces, para acomodarse al patrón más natural en español, como ocurre, por ejemplo, en búmeran /bumerán, donde conviven la forma esdrújula que conserva la acentuación del étimo inglés y la aguda que se acomoda al patrón español de los sustantivos terminados en -n, mayoritariamente agudos; o en páprika /paprika, donde, junto a la forma que conserva la acentuación esdrújula etimológica, existe la llana que refleja el patrón acentual mayoritario en español. Otras veces el cambio de acento responde al influjo de la acentuación del término en otra lengua, como ocurre, por ejemplo, en Malí (con la acentuación aguda propia del francés, lengua oficial de este país africano) y Mali (forma llana probablemente debida al influjo del inglés), o en anófeles (forma esdrújula que conserva la acentuación del étimo latino) y anofeles (forma llana que traslada el acento por influjo del francés anophèle).

A veces ocurre que a cada variante acentual le corresponde una distribución geográfica distinta, de forma que la acentuación de algunos términos difiere según el área del ámbito hispánico de que se trate. Así es, por ejemplo, en el caso de vídeo (forma de uso general en España, que conserva la acentuación esdrújula del étimo inglés) y video (forma llana usada con preferencia en el español de América); o en el de daiquirí (forma de uso mayoritario en América, que conserva la acentuación aguda etimológica) y daiquiri (variante llana, única usada en España y que se emplea también en varios países americanos).

Como se deduce de los ejemplos que se han ido mencionando, la mayor parte de las palabras con doble acentuación en español son sustantivos —comunes o propios (especialmente topónimos foráneos)— o adjetivos. Pero existe también un grupo reducido de verbos terminados en -iar y -uar que, en algunas de sus formas, admiten dos acentuaciones. Esta doble acentuación afecta a las formas que llevan el acento prosódico en la raíz, esto es, a las tres personas del singular y a la tercera del plural de los presentes de indicativo y de subjuntivo, y a la segunda persona del singular del imperativo de las áreas ajenas al voseo. Se trata de los verbos agriar, expatriar, historiar, paliar, repatriar y vidriar, entre los terminados en -iar, en los que la i que precede a la desinencia en las formas señaladas puede ser átona, como en anunciar (anuncio, anuncie, anuncia, etc.), o tónica, como en enviar (envío, envíe, envía, etc.); y adecuar, colicuar, evacuar, licuar y promiscuar, entre los terminados en -uar, en los que la u que precede a la desinencia en dichas formas puede ser átona, como en averiguar (averiguo, averigüe, averigua, etc.), o tónica, como en actuar (actúo, actúe, actúa, etc.). Por lo tanto, tan válido es decir y escribir expatrio como expatrío, palian como palían, adecuan como adecúan, evacua como evacúa, etc.

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En el caso de los verbos terminados en -uar, parece existir hoy, en términos generales, cierta preferencia por acentuar sus formas según el modelo de actuar. Así, la mayoría de los hablantes suele decir adecúa, evacúan, etc., pronunciaciones que, hasta no hace mucho, se consideraban incorrectas, razón por la que los hablantes más cultos suelen preferir, contra el uso general, las formas que siguen el modelo acentual de averiguar: adecua, evacuan, etc.

En la mayor parte de los casos de doble acentuación, especialmente cuando las variantes acentuales no tienen una distribución geográfica diferenciada, una de ellas termina imponiéndose de forma natural en el uso a la otra, que finalmente desaparece. Así pues, la coexistencia de diversas acentuaciones para una misma palabra corresponde, por lo general, al periodo de transición en el proceso de cambio acentual, previo al momento en el que dicho cambio se completa y la vacilación se resuelve en favor de una sola de las formas. Esto es lo que ha ocurrido, a lo largo de la historia, en muchos casos de cambio de acento, hoy plenamente resueltos, como en cíclope, que durante un tiempo convivió con ciclope [siklópe, ziklópe], o en cónclave, que antaño se pronunció también conclave [konklábe].

En general, lo deseable es resolver cuanto antes los casos de vacilación, salvo que, como se ha dicho, respondan a usos geográficos diferenciados, ya que, en ese caso, cada una de las variantes se emplea en exclusiva en sus respectivas zonas y no es posible imponer una variante común sin violentar los usos asentados en determinadas áreas.

Por ello, y con la excepción señalada, las obras lingüísticas de índole normativa, así como el diccionario, suelen primar el empleo de una sola de las formas atendiendo a diferentes criterios, por lo general el uso mayoritario, o bien la etimología, cuando el uso no se ha decantado aún claramente por una de las acentuaciones en competencia.

     

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