CAPÍTULO VII. La ortografía de los nombres propios

2. Antropónimos

2.1. Antropónimos españoles

2.1.1. Nombres de pila

2.1.1.2. El neologismo y los nombres de pila

El repertorio tradicional español está basado en la onomástica latina, con posteriores incorporaciones germánicas, hebreas y griegas, estas últimas fundamentalmente a través del santoral. Este catálogo de nombres propios no es un inventario cerrado, puesto que se ha visto sometido a modificaciones a lo largo del tiempo y es permeable a la incorporación de elementos de otras tradiciones, al igual que sucede en cualquier otra parcela del léxico. Puesto que los nombres de pila son, en general, etiquetas desprovistas de significado léxico, no motivadas y asociadas a un ente individual (no a una clase), la antroponimia es uno de los terrenos de la lengua mejor abonados para la invención de nuevas voces.

A la ya habitual incorporación a nuestra onomástica de nombres procedentes de otras tradiciones, se une ahora la creación de nuevas unidades por parte de hablantes que valoran sobre todo la originalidad y el exotismo en el nombre de pila. Estos hablantes ponen al servicio de su creatividad procedimientos como la formación de anagramas de nombres ya existentes (Airam, a partir de María; Noslen, a partir de Nelson), la unión de segmentos de los nombres de los progenitores (Alenia, de Alejandro y Tania; Hécsil, de Héctor y Silvia; Julimar, de Julio y María) o la fusión de varias palabras o de fragmentos de enunciados (Yotuel, unión de los pronombres yo, tú y él; Masiosare, fragmento de un verso del himno mexicano: «Mas si osare un extraño enemigo profanar con su planta tu suelo»).

Otro de los recursos más frecuentes para renovar el repertorio tradicional de nombres de pila es asignar como tales algunos nombres comunes o adjetivos. Cabe señalar a este respecto que, si bien en la actualidad la elección del antropónimo (excepción hecha de los asignados a personajes de ficción, así como de los sobrenombres y apodos) no suele ser motivada, la mayor parte de ellos, tanto nombres de pila como apellidos, eran originariamente adjetivos o sustantivos comunes que podían aludir a una característica personal o familiar (Modesto, Severo, etc.), hacer referencia al origen social del individuo (Patricia), a su mes de nacimiento (Genaro, de ianuarĭus ‘enero’) o, simplemente, evocar cierto objeto o realidad positiva (Alba, Rosa, etc.); por otra parte, los nombres basados en advocaciones marianas suelen coincidir con sustantivos comunes (Camino, Carmen, Pilar, Pino, Viñas, etc.). Todos estos antropónimos, motivados en su génesis, han llegado hasta nosotros desprovistos de significación y convertidos en expresiones identificativas de individuos concretos.

En realidad, desde el punto de vista lingüístico, no cabría exigir más requisito a los neologismos antroponímicos que su total adecuación a la ortografía y pronunciación españolas. Por ello, con independencia de la extrañeza que puedan causar en el momento de su acuñación o de cuestiones relacionadas con el gusto personal o social, nombres como Yanisleidi o Dioel son perfectamente admisibles desde un punto de vista ortográfico. Los textos escritos en español deben sujetarse con el mayor rigor posible a nuestro sistema de correspondencias entre fonemas y grafemas (v. cap. I), y los hablantes han de ser conscientes de la necesidad de mantener la coherencia gráfico-fonológica con el mismo celo cuando se trata de nombres propios de persona.

     

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