CAPÍTULO VII. La ortografía de los nombres propios

2. Antropónimos

2.2. Antropónimos de otras lenguas

2.2.1. Transferencia y traducción de antropónimos extranjeros

La traducibilidad de los nombres propios ha sido una cuestión largamente debatida por lingüistas y traductores. En rigor, solo los nombres propios motivados y que se forman sobre léxico común son susceptibles de traducción: Tatanka Yotanka (dakota) = Sitting Bull (ingl.) = Toro Sentado (esp.). Algunos otros se limitan a admitir su sustitución en la lengua de destino por el equivalente o la correspondencia convencional, como ocurre en el caso de Juan / ingl. John / al. Johann / fr. Jean / it. Giovanni / port. João / cat. Joan / eusk. Jon. La gran mayoría restante se consideran intraducibles.

En la decisión de traducir los antropónimos extranjeros intervienen factores de muy diversa naturaleza: lingüísticos, como su grado de motivación o su connotación semántica (cuanto más significativo sea un nombre propio, por tratarse de un nombre arquetípico o de un apodo o sobrenombre, más acusada será la necesidad de traducirlo), y sociolingüísticos, como las convenciones vigentes en la sociedad conformada por los hablantes de la lengua de llegada en un determinado momento histórico.

La tendencia más generalizada en la actualidad para los nombres y apellidos de personas reales es la transferencia, esto es, el empleo en el discurso español de la forma que presentan en su lengua de origen cuando esta se escribe con alfabeto latino (para los nombres propios correspondientes a lenguas que usan otro alfabeto u otro sistema de escritura, v. § 4). Este tipo de expresiones, pese a su carácter extranjero, no precisa de marcación tipográfica especial:

Henry Miller, Leonard Bernstein, Marcello Mastroianni, Marie Curie, Simone de Beauvoir.

Frente a la preferencia actual, en otras épocas los antropónimos que correspondían a personajes históricos extranjeros solían someterse a un proceso de hispanización, bien por traducción o equivalencia, bien por adaptación al español: Juana de Arco (de Jeanne d’Arc), Tomás Moro (de Thomas More), Martín Lutero (de Martin Luther), Ana Bolena (de Anne Boleyn), Alberto Durero (de Albrecht Dürer). Muchas de estas hispanizaciones tradicionales, entre las que se cuentan adaptaciones de nombres propios que proceden de lenguas escritas en alfabeto no latino (Avicena, por Ibn Sina; Averroes, por Ibn Rusd; Jehová, por Yahweh; Mahoma, por Muhammad; Confucio, por Kung Fu-Tzu), han pervivido hasta nuestros días.

Durante el Renacimiento era habitual adaptar tanto el nombre de pila como el apellido, pero con el tiempo se fue imponiendo la costumbre de traducir solo el nombre de pila: Josefina (por Joséphine) de Beauharnais, Carlota (por Charlotte) Corday o Teodoro (por Theodore) Roosevelt. La presión de la moderna tendencia hacia el respeto de la forma original es tan fuerte que, para muchos personajes históricos cuyo nombre tradicionalmente se traducía, alternan hoy en similares proporciones la forma transferida y su traducción, como sucede en los siguientes casos: Carlos Marx / Karl Marx, Eduardo Manet / Édouard Manet, Pablo Casals / Pau Casals. Por otra parte, la transferencia es, en la práctica, la única opción para aquellos nombres propios que no tienen correspondencia ni semejanza con ninguno español: Alain, Allison, Darrell, Heidi, etc. Como norma general, mientras las formas hispanizadas conserven su vigencia, se recomienda utilizarlas en los textos escritos en español; sin embargo, se prefiere hoy la forma original de un buen número de nombres extranjeros cuyas hispanizaciones han caído en desuso; así, por ejemplo, el impresor alemán conocido en otros momentos como Juan Gutembergo es mencionado en nuestros días como Johannes Gutenberg.

En la actualidad, únicamente se hispanizan, mediante traducción literal, equivalencia o adaptación, los siguientes antropónimos:

a) El nombre que adopta el papa para su pontificado, a diferencia de su nombre seglar: Juan XXIII, frente a Angelo Giuseppe Roncalli.

b) Los nombres de los miembros de las casas reales: Isabel II de Inglaterra, Gustavo de Suecia o Diana de Gales. No obstante, la transferencia está ganando terreno también en este campo: Harry de Inglaterra, Frederik de Dinamarca, Harald de Noruega.

c) Los nombres de santos, personajes bíblicos y personajes históricos o célebres: san Juan Bautista, Herodes, Julio César, Alejandro Magno, Nicolás Copérnico, Miguel Ángel.

d) Los nombres de los indios norteamericanos: Caballo Loco, Nube Roja, Pequeño Alce, Toro Sentado.

e) Los nombres propios motivados, como los apodos o los apelativos y sobrenombres de personajes históricos, a fin de preservar su connotación semántica: Pipino el Breve, Iván el Terrible, la Reina Virgen, Catalina la Grande.

Los nombres extranjeros de personajes de ficción han seguido un proceso paralelo al de los nombres de personas reales: mientras que en el pasado lo habitual era que estos nombres se tradujeran y adaptaran, en la actualidad existe una marcada tendencia a transferirlos. Así, junto a Edmundo Dantés (protagonista de El conde de Montecristo, de A. Dumas), Margarita Gautier (protagonista de La dama de las camelias, de A. Dumas, hijo) o Gregorio Samsa (protagonista de La metamorfosis, de F. Kafka), encontramos a Hansel y Gretel, Tom Sawyer, Vito Corleone (protagonista de El padrino) o la teniente Ellen Ripley (protagonista de la película Alien, el octavo pasajero). Según los parámetros modernos, la verosimilitud de la narración y la inmersión del lector o espectador en ella se alcanzan con más facilidad si se observa coherencia entre los nombres de los personajes y el ambiente en que estos se mueven, a lo que contribuye el mantenimiento de las formas originales: Gervaise Macquart (protagonista de La taberna, de Zola), Alexéi Ivánovich (protagonista de El jugador, de Dostoyevski), Catherine Earnshaw (protagonista de Cumbres borrascosas, de Emily Brontë), frente a las decimonónicas traducciones Gervasia Macquart, Alexis o Alejo Ivánovich y Catalina Earnshaw.

Por el contrario, como ya se apuntó más arriba, conviene traducir aquellos nombres propios motivados o claramente connotativos para que se haga patente toda su carga semántica. Conforme a esto, los adjetivos o los nombres comunes y los grupos nominales con que se nombra a un personaje de ficción suelen traducirse: Cenicienta (al. Aschenputtel, ingl. Cinderella, it. Cenerentola, etc.), Blancanieves (del al. Schneewittchen), el capitán Garfio (del ingl. Captain Hook), el Hombre Araña (del ingl. Spiderman); se traducirán asimismo sus apodos y sobrenombres: Harry el Sucio (del ingl. Dirty Harry), Eduardo Manostijeras (del ingl. Edward Scissorhands).

     

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