CAPÍTULO VI. La ortografía de las expresiones procedentes de otras lenguas

1. El préstamo lingüístico

Una de las principales vías para la ampliación del léxico de una lengua es la adopción de voces de otros idiomas con los que los hablantes de aquella establecen contacto. Este recurso para la adquisición de nuevos términos ha sido constante a lo largo de la historia del español. La procedencia de esas palabras, su perdurabilidad, el ámbito al que pertenecen y su grado de integración en nuestra lengua se han visto condicionados por los factores políticos, económicos y socioculturales de nuestro entorno en cada momento histórico. Así, son ejemplos clásicos la absorción de arabismos durante el dominio musulmán de la península ibérica; la entrada de galicismos (voces procedentes del francés) desde la Edad Media y, con especial intensidad, a partir de la Ilustración; la acogida de indigenismos (voces procedentes de lenguas indígenas de América) tras la llegada de los españoles a tierras americanas; la penetración de italianismos durante el Renacimiento, o la masiva incorporación de anglicismos (voces procedentes del inglés) a partir del siglo XIX, como consecuencia de la hegemonía política, económica y cultural del mundo anglosajón en época moderna.

Las voces procedentes de otras lenguas, denominadas generalmente extranjerismos o préstamos, pueden servir para nombrar realidades nuevas para las que la propia lengua no dispone de término designativo, como sería el caso del indigenismo tomate (del nahua tomatl), que da nombre a la baya roja comestible oriunda de América, o del galicismo bidé (del fr. bidet), en referencia a la pila baja con grifo destinada a la higiene de las partes íntimas. Pero en muchos otros casos son simplemente fruto del mimetismo lingüístico hacia lenguas de gran prestigio e influencia cultural en un momento histórico dado; de ahí que muchos extranjerismos introducidos por un deseo de distinción no exento de esnobismo, por moda o por mera preferencia estilística entren en competencia con palabras de la propia lengua que poseen idéntico sentido, con las que coexisten o a las que incluso pueden acabar desbancando en el uso. Así ocurrió, por ejemplo, hace ya siglos, con el galicismo jamón (‘pierna trasera del cerdo, curada o cocida entera’), que procede del francés jambon (derivado de jambe ‘pierna’) y que acabó imponiéndose a pernil (derivado del latín perna ‘pierna’).

Si se analiza el comportamiento de los extranjerismos incorporados a la lengua española a lo largo de su historia, se comprueba la tendencia de estos a acomodarse a los patrones característicos de nuestro idioma, pues, en general, terminan adoptando una pronunciación y una grafía acordes con las pautas fonológicas, silábicas, prosódicas y ortográficas propias del español, y realizando la flexión nominal (de género y número) o verbal (de persona, tiempo, modo, etc.) de acuerdo con las pautas morfológicas de nuestro sistema lingüístico. Ese proceso de acomodación de los extranjerismos se realiza mediante procedimientos muy diversos (de los cuales se va dando cuenta puntual a lo largo del capítulo I, § 6, en numerosos comentarios y advertencias): asimilando los fonemas del vocablo original inexistentes en español a los más próximos de nuestro sistema fonológico (quechua pishku > esp. pisco; fr. flèche [flésh] > esp. flecha [flécha]; ingl. shoot > esp. chute); modificando o simplificando secuencias gráfico-fonológicas ajenas a nuestro idioma, o estructuras silábicas de difícil articulación en español, para sustituirlas por las que resultan más naturales en nuestra lengua (nahua tzictli > esp. chicle; it. sbirro > esp. esbirro; fr. batterie > esp. batería; ingl. beefsteak > esp. bistec); pronunciando los grafemas presentes en la forma original con el valor fonológico que tienen en nuestro sistema (fr. jardin [yardán] > esp. jardín [jardín]), o modificando la grafía originaria para adecuarla a la pronunciación representada según las convenciones ortográficas del español (it. ciarlare > esp. charlar; ingl. tilbury > esp. tílburi; fr. couplet > esp. cuplé).

Una vez completado el proceso de acomodación a los patrones propios de nuestra lengua, estas voces extranjeras se consideran extranjerismos o préstamos adaptados, en oposición a los extranjerismos crudos o no adaptados, que son aquellos que se utilizan con la grafía y la pronunciación (más o menos exacta o aproximada) que tienen en su lengua de origen, y no se ajustan, por ello, al sistema fonológico ni ortográfico del español.

En el caso de los préstamos incorporados en épocas pasadas, no existe conciencia en los hablantes actuales de su originaria condición de extranjerismos, por lo que no cabe ya considerarlos sino voces españolas. Así sucede con la gran masa de arabismos, galicismos, italianismos o indigenismos incorporados a nuestro idioma durante las épocas medieval y clásica, como, por ejemplo, alcalde (del ár. hisp. alqái), documentada ya en el siglo XI; jardín (del fr. jardin), introducida en la Baja Edad Media; canalla (del it. canaglia), que entra a finales del siglo XV; o maíz y huracán, procedentes del taíno y presentes ya en las primeras crónicas de Indias.

En la actualidad, el aumento del número de hablantes alfabetizados y la inclusión cada vez más generalizada en los programas educativos de la enseñanza de lenguas extranjeras —especialmente del inglés, actual lengua de comunicación internacional—, junto con la influencia de los medios de comunicación en la difusión de los hábitos lingüísticos, al tiempo que dinamizan y estimulan los procesos de introducción de voces extranjeras, contribuyen a familiarizar entre los hablantes las grafías originales, lo que a menudo ralentiza o dificulta la integración plena de los préstamos en la propia lengua. Por ello, aunque muchos extranjerismos incorporados en época más o menos próxima se han adaptado plenamente al español —anglicismos como anfetamina, béisbol o beisbol, búmeran o bumerán, champú, condón, escáner, eslogan, fútbol o futbol, gol, líder, mitin, rifle, suéter, tenis, tobogán, túnel o turista (del ingl. amphetamine, baseball, boomerang, shampoo, condom, scanner, slogan, football, goal, leader, meeting, rifle, sweater, tennis, toboggan, tunnel, tourist); o galicismos como afiche, avalancha, bisturí, bombona, canesú, champán, chaqué, cliché, coñac, debacle, edredón, paté, peatón o tatuaje (del fr. affiche, avalanche, bistouri, bonbonne, canezou, champagne, jaquette, cliché, cognac, débâcle, édredon, pâté, piéton o tatouage)—, abundan hoy los préstamos que se usan mayoritaria o exclusivamente con las grafías originales no adaptadas, como affaire, amateur, baguette, ballet, best seller, brandy, collage, camping, carpaccio, catering, clown, copyright, crack, flashback, gourmet, hobby, jazz, light, maître, mousse, mozzarella, panty, pizza, sheriff, software o thriller, entre los muchos que pueden citarse.

Como demuestran los numerosos ejemplos aducidos de préstamos adaptados en épocas no lejanas, aquellos extranjerismos que arraigan en el uso y no son fruto de modas pasajeras, tras una primera etapa en la que se emplean en su forma originaria, acaban, por lo general, experimentando los cambios necesarios para su plena integración en nuestra lengua. Pero hay también extranjerismos que, por diversos motivos, manifiestan una mayor resistencia a la adaptación (porque se emplean solo para nombrar realidades pertenecientes al ámbito propio de la lengua de origen; por el prestigio que confiere, para muchos hablantes, el uso de las grafías no adaptadas; por resultar las posibles adaptaciones en exceso chocantes o alejadas del original; por haberse popularizado el empleo del término con la grafía originaria, etc.).

Aunque, como se ha visto, el fenómeno del préstamo lingüístico es algo natural que no cabe censurar en modo alguno, es necesario tener en cuenta que la proliferación indiscriminada de extranjerismos crudos o semiadaptados en textos españoles puede resultar un factor desestabilizador de nuestro sistema ortográfico, especialmente cuando se ponen en circulación grafías que se apartan del sistema de correspondencias entre grafemas y fonemas propio de nuestra lengua. De ahí que la Real Academia Española, junto con el resto de las que con ella integran la Asociación de Academias de la Lengua Española, siendo las instituciones encargadas de preservar la coherencia y la unidad del español, procuren orientar los procesos de adopción de extranjerismos para que su incorporación responda, en lo posible, a nuevas necesidades expresivas y se produzca dentro de los moldes propios de nuestra lengua. Esta orientación se ofrece a través de obras específicamente normativas como el Diccionario panhispánico de dudas, donde se diferencian los extranjerismos superfluos (los que se usan sin necesidad por existir voces o expresiones españolas de igual sentido) de los extranjerismos que se consideran necesarios o ya plenamente arraigados en el uso. Para estos últimos, según el caso, se hacen propuestas de adaptación o se sugiere el empleo de equivalencias en español, sin dejar de reconocer aquellos que se han asentado en el uso internacional con su grafía y pronunciación originarias.

En los apartados siguientes se da cuenta de las normas que deben seguirse en los textos españoles a la hora de escribir voces o expresiones procedentes de otras lenguas, según se trate de extranjerismos crudos o de extranjerismos adaptados (§ 2.1), o bien de préstamos tomados del latín, denominados específicamente latinismos (§ 2.2), que, al provenir de la lengua de la que nace el español, han tenido hasta ahora en la norma ortográfica un tratamiento diferenciado del resto de los extranjerismos, diferencia que, sin embargo, no parece justificado mantener. Al final se incluye también un apartado específico sobre las transcripciones de voces pertenecientes a lenguas de alfabeto no latino (§ 3).

     

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