CAPÍTULO IV. El uso de las letras minúsculas y mayúsculas

4. Funciones y usos de la mayúscula

4.2. Para marcar los nombres propios y las expresiones denominativas

4.2.1. Caracterización del nombre propio frente al nombre común

Los nombres propios son sustantivos o grupos nominales creados específicamente para designar y referirse a seres únicos, ya sean animados o inanimados: personas, animales, lugares geográficos, instituciones, obras de creación, acontecimientos, etc. A diferencia de los nombres comunes, los nombres propios carecen, como tales, de significado léxico (de ahí que, aun siendo sustantivos, no aparezcan en los diccionarios), por lo que no poseen sinónimos o antónimos y no son traducibles —el apellido inglés Cruise no se traduce por crucero, pero sí el sustantivo común cruise—, por más que muchos de ellos tengan equivalentes en otras lenguas (Juan, Giovanni, John, Jean, Sean…). El nombre común, en cambio, posee rasgos semánticos que lo caracterizan y permiten establecer una clase formada por los seres que presentan dichos rasgos. Frente a él, el nombre propio no tiene capacidad de generar una clase, ya que su función es únicamente particularizar e identificar un referente concreto. Aunque en algunos casos pueda haber una motivación descriptiva en su origen, una vez acuñados, los nombres propios se convierten en expresiones cuya única función es la de designar un ente singularizado, se mantenga o no la cualidad que motivó esa denominación; por ello, el mar de los Sargazos seguiría llamándose así aun cuando desaparecieran las algas que le dan nombre, del mismo modo que Sierra Nevada no pasaría a llamarse de otro modo si, por efecto del cambio climático, dejara de lucir la nieve en sus cumbres.

El nombre propio y el nombre común presentan, a menudo, límites muy difusos, por lo que no deben tratarse como categorías estancas. La oposición entre ambas clases no define dos grupos aislados, sino que se presenta, en realidad, como un continuo con dos polos bien diferenciados: mientras que unos elementos se encuentran clara y prototípicamente en uno u otro polo (resulta indudable que Ana es un nombre propio y farola un nombre común), otros muchos, ya sea por su propia naturaleza, ya por el contexto en el que aparecen, comparten rasgos de ambas clases. Así sucede, por ejemplo, con los apodos (el Rata) o las denominaciones antonomásticas (el Libertador), cuya función es primordialmente identificativa, pero que no están vacíos de significado léxico.

También son difíciles de categorizar aquellos sustantivos que poseen significado léxico y designan entes únicos, esto es, aquellos que tienen un solo referente que es siempre el mismo en la realidad que conocemos. Son sustantivos que, en virtud de sus rasgos semánticos, constituyen una clase cuyo conjunto es unitario, esto es, está formado por un único elemento. Así sucede, por ejemplo, con palabras como sol, luna, este, oeste, lunes, primavera, agosto, etc. Aunque en épocas pasadas solían escribirse con mayúscula inicial, asimilándolos a los nombres propios, se consideran ortográficamente nombres comunes, aunque de referente único, que deben escribirse con minúscula, con independencia de que se usen o no acompañados de artículo; así debe hacerse con los nombres de los puntos cardinales, los días de la semana, las estaciones o los meses del año (aunque estos últimos se usen, a diferencia de los anteriores, sin artículo). Los sustantivos sol y luna, por su parte, solo se consideran ortográficamente nombres propios en contextos muy específicos (por ejemplo, cuando coaparecen con los nombres propios de otros astros: el Sol y Saturno). De la aplicación de la mayúscula en cada caso específico se trata en el apartado 4.2.4.

A la dificultad de categorización de algunos sustantivos y expresiones como nombres propios o comunes hay que añadir los fenómenos de trasvase de una categoría a otra.

 

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