CAPÍTULO II. La representación gráfica del acento: el uso de la tilde

3. El acento gráfico o tilde

3.1. El sistema de acentuación gráfica del español

3.1.1. Orígenes de la acentuación gráfica en español

Las reglas de acentuación gráfica del español se han ido definiendo poco a poco a lo largo de varios siglos hasta alcanzar el grado de exhaustividad y concreción del sistema vigente en la actualidad.

La escritura del español no dispuso desde el principio de un medio para indicar gráficamente la acentuación prosódica de sus voces. De hecho, no se ve usado ningún tipo de acento gráfico en los manuscritos medievales y es muy raro encontrarlos en las primeras obras impresas tras la introducción de la imprenta en España en 1475. Los primeros textos en español que emplean signos diacríticos para indicar la sílaba tónica en determinadas palabras datan de mediados del siglo XVI, cuando el español llevaba escribiéndose varios cientos de años.

El español, al igual que otras lenguas europeas, adoptó los signos diacríticos que utilizaba el griego para indicar el acento. En esa lengua, la posición del acento —que tenía carácter predominantemente tonal, pues se manifestaba en forma de ascensos y descensos del tono— era variable, pudiendo afectar a cualquiera de las tres últimas sílabas de la palabra. Para representar el acento, los gramáticos griegos alejandrinos idearon en el siglo III a. C. un sistema de acentuación gráfica que se valía de tres diacríticos distintos: el acento agudo (ʼ), que indicaba un ascenso del tono; el grave (`), que suponía también una elevación, pero menor; y el circunflejo (ˆ), que reflejaba una elevación y un descenso tonal sucesivos. En griego, todas las voces polisílabas y algunas monosílabas se escribían con algún tipo de acento sobre la vocal afectada, salvo algunas excepciones.

En latín, en cambio, el acento solo podía afectar a la penúltima o a la antepenúltima sílabas. Su posición dentro de la palabra estaba condicionada por la cantidad de la penúltima sílaba: si esta era larga, recibía el acento y la palabra era llana, como en aurīga [auríga]; si la penúltima era breve, el acento recaía en la sílaba anterior y la palabra era esdrújula, como en modĭcus [módikus]. Los hablantes cultos distinguían en la pronunciación las vocales breves de las largas y quizás por ello no sintieron la necesidad de reflejar el acento en la escritura, de forma que no se sirvieron de ningún tipo de signo para señalar ese rasgo prosódico. Solo algunos gramáticos latinos adoptaron hacia el siglo IV d. C. los signos acentuales griegos al escribir en latín.

Alrededor del siglo XV, el desarrollo del movimiento humanista en Europa trajo consigo la reedición y difusión de obras clásicas grecolatinas. Algunas lenguas europeas adoptaron entonces los diacríticos griegos para dar cuenta del rasgo prosódico acentual, adaptando el uso de esos signos a sus propias necesidades. La primera lengua europea moderna que comenzó a utilizar acentos en su escritura fue el italiano, en textos de finales del siglo XV y principios del XVI, en los que se empleaban de forma irregular acentos gráficos graves, especialmente en las palabras acentuadas en la última sílaba, y, más raramente, acentos agudos en otras posiciones. Unos años más tarde, en la segunda década del siglo XVI, autores y editores franceses adoptaron también los diacríticos griegos siguiendo la pauta italiana.

No es sino hacia la segunda mitad del siglo XVI cuando se encuentran textos en español, impresos en letra humanista, donde se emplean signos acentuales sobre la vocal de la sílaba tónica en algunas palabras. Con todo, el uso de estos diacríticos no se convierte en un recurso gráfico habitual hasta el siglo siguiente y, así, las primeras ediciones de obras como el Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán (1599), o las Epístolas familiares, de Antonio de Guevara (1595), e incluso las comedias de Lope de Rueda publicadas en 1620 no emplean ningún recurso gráfico para señalar el acento. En el siglo XVII se generaliza el uso de diacríticos acentuales, y son ya pocas las obras que carecen completamente de ellos. A partir del XVIII la acentuación gráfica pasa a convertirse en una práctica usual en cualquier obra impresa escrita en español.

Los primeros textos en los que aparecen acentos gráficos, ya en la segunda mitad del siglo XVI y principios del XVII, emplean sobre todo el acento grave (`), escrito, por lo general, sobre la última sílaba de las palabras, tal como se utilizaba en griego y en italiano. La elección del acento grave pudo verse favorecida, además, por distinguirse mejor que el agudo de las numerosas abreviaturas con forma de tilde que, situadas sobre vocales y consonantes, proliferaban aún en los textos editados en esa época. El uso de las otras dos clases de acento, el agudo y el circunflejo, es mucho más raro y esporádico.

En los primeros impresos en los que comienzan a utilizarse acentos gráficos, estos signos parecen desempeñar una función claramente diacrítica, pues suelen usarse para distinguir palabras constituidas por los mismos grafemas, pero con diferente acentuación prosódica. Así, el acento grave se escribía sobre la vocal de la última sílaba de algunas palabras, por lo general formas verbales agudas, especialmente las de tercera persona de singular del pretérito perfecto simple acabadas en -o, como mudò, hablò, mandò, pero también otras como està, dexè o igualarà, que, sin la tilde, podían confundirse con palabras llanas (mudo, hablo, mando, esta, dexe, igualara). Se utilizaba asimismo el acento grave, sin valor prosódico, en monosílabos constituidos por una sola vocal, como las conjunciones è, ò, ù, la preposición à y, a veces, la forma verbal à del verbo aver (hoy haber). En esos primeros textos, el circunflejo podía alternar con el grave en usos similares (â, cargarâ, despachô) o utilizarse en voces como fê o vêr para indicar la presencia originaria de una doble vocal (fee, veer; hoy fe, ver); también podía aparecer en palabras como baxîos, traîa, tenîa, oîa, recordando su empleo en griego en palabras con estas mismas terminaciones. El acento agudo se usaba raramente y casi siempre en posición interior de palabra. No obstante las tendencias descritas, hay que señalar que, en esa primera época, el uso de los diferentes tipos de acento era, por lo general, irregular e inconsistente incluso dentro de una misma obra.

Paralelamente, numerosos autores de tratados ortográficos que afrontaban la tarea de fijar una ortografía para la escritura del español se ocuparon de plantear, con mayor o menor rigor, algunas reglas para el uso de los acentos gráficos, que contaron con desigual seguimiento en los textos. Todos coincidían, no obstante, en restringir su empleo a ciertos casos, a diferencia del modelo griego, donde se señalaba gráficamente el acento en casi todas las palabras.

Por lo general, los tratadistas empezaron recomendando que se usase la tilde solamente en las palabras con más de una acentuación prosódica posible o en aquellas cuya acentuación podía ser dudosa por ser poco comunes. Algunos proponían también la escritura de tilde en los monosílabos constituidos por una sola letra, como la preposición a y las conjunciones o, u y e, o su empleo con un valor similar al de la actual tilde diacrítica, en monosílabos como el pronombre él, para diferenciarlo del artículo el, y en los verbos y , para distinguirlos, respectivamente, de la preposición de o el pronombre se.

Con respecto a los signos, muchos tratados ortográficos daban cuenta de la existencia de los tres tipos de acento —agudo, grave y circunflejo— y describían sus usos diferenciados, asociados a veces a la posición de la sílaba tónica (se prescribía, por ejemplo, el acento grave sobre la última sílaba y el agudo en interior de palabra); pero casi todos acaban inclinándose por el empleo exclusivo de uno de estos signos, por lo general el acento agudo, curiosamente en contra de lo que ocurría en la práctica en los textos, en los que, durante mucho tiempo, se usó de forma mayoritaria el acento grave.

A partir del siglo XVIII se generaliza también en los textos el empleo del acento agudo para señalar la sílaba tónica y, de hecho, en el proemio sobre ortografía del primer diccionario académico, el conocido como Diccionario de autoridades (1726), se opta definitivamente por el acento agudo como la forma propia del acento gráfico en español. El uso del acento grave, carente ya de todo valor prosódico, queda restringido en esta obra a las palabras constituidas por una sola vocal, como la preposición à y las conjunciones è, ò y ù, pero será por poco tiempo, ya que en la primera ortografía académica, publicada en 1741, se propone también en estas palabras la utilización del acento agudo. Por su parte, el acento circunflejo se convierte en una marca diacrítica de carácter grafemático, que se utiliza para distinguir el valor fonológico que debe asociarse a determinados grafemas en ciertas palabras cuando estos pueden representar más de un fonema; por ejemplo, se escribía acento circunflejo sobre la vocal que seguía a ch o x (monarchîa [monarkía], exâmen [eksámen]) cuando esas grafías, en determinados cultismos, no representaban los fonemas /ch/ y /j/, como era habitual en la mayoría de las palabras, sino /k/ y /k + s/, respectivamente. El acento circunflejo desaparecerá del sistema ortográfico español cuando sucesivas reformas ortográficas eliminen el uso del dígrafo ch con valor de /k/ y el de x con valor de /j/.

Paulatinamente, las sucesivas ediciones de los tratados ortográficos publicados por la institución académica irán perfilando y reajustando las reglas de acentuación gráfica con la finalidad de indicar la acentuación prosódica de todas las palabras teniendo en cuenta el principio de economía, es decir, sin necesidad de señalarla de manera explícita en todos los casos, sino solo en aquellos en los que se considere preciso: no llevarán tilde las palabras que se ajusten al patrón prosódico acentual más común en español, mientras que se marcarán gráficamente aquellas que se sitúen al margen de dicha pauta. De ahí que, por ejemplo, desde el mismo proemio ortográfico de Autoridades se prescribiera la tilde en las palabras esdrújulas o que, desde la primera edición de la ortografía académica, y en virtud de este mismo principio de economía, se estableciera que los monosílabos no llevasen acento gráfico, norma a la que progresivamente se irían asociando las excepciones constituidas por los monosílabos afectados por la hoy llamada tilde diacrítica (v. § 3.4.3.1).

     

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