CAPÍTULO VI. La ortografía de las expresiones procedentes de otras lenguas

2. La ortografía de extranjerismos y latinismos

2.1. Extranjerismos

2.1.1. Extranjerismos crudos

Determinadas necesidades expresivas pueden llevar al hablante a insertar dentro del discurso en español voces o expresiones en otro idioma. Unas veces se trata de términos usados ocasionalmente, bien por prurito culto del autor, bien con el fin de aportar color local, bien para aprovechar la capacidad de estas expresiones de aludir de forma automática al origen de su referente o al ámbito cultural al que este pertenece:

«La nueva vocalidad se abre paso y requiere voces más consistentes y recias, […] lo que adquiere especial relevancia en la literatura wagneriana con los llamados “heldentenor” o tenores heroicos» (Abc [Esp.] 7.6.1996).

«En las ciudades indias la gente viaja en autobuses parecidos a los de Londres. Allí coinciden el gopi, la persona que lava los pies, y el prestamista» (País@ [Esp.] 2.5.2010).

«El arte de la oratoria también cumplía una misión didáctica, sobre todo los llamados huehuetlatolli o sentencias antiguas» (Aguilera Arte [Méx. 1977]).

Otras veces se trata de extranjerismos difundidos en época más o menos reciente, usados con frecuencia por los hablantes o por los medios de comunicación con su grafía originaria y una pronunciación más o menos aproximada a la original: apartheid, ballet, blues, geisha, hooligan, jazz, pendrive, piercing, pizza, reggae, rock, sheriff, sherpa, software, etc. Normalmente se trata de extranjerismos que designan realidades ajenas al ámbito de la propia lengua o nuevos referentes para los que no se cuenta con términos propios, de manera que se incorporan al uso con el nombre que tienen en la lengua donde han surgido o que ha contribuido a su divulgación. Con el tiempo, muchos de estos extranjerismos crudos, por iniciativa de los propios hablantes, junto con el impulso y la orientación de las instituciones de normalización lingüística, terminan siendo sustituidos, como ya ha ocurrido en el pasado, por voces propias o por adaptaciones del nombre original a los patrones gráfico-fonológicos de la propia lengua; pero otros se mantienen resistentes a la adaptación, a menudo escudados en su condición de términos de difusión internacional.

Información adicional

El que un extranjerismo adquiera difusión internacional no implica, sin embargo, que el proceso de adaptación a la propia lengua deba verse necesariamente bloqueado. De hecho, aunque algunos términos son absorbidos en su forma original por los sistemas ortográficos de otras lenguas, menos rígidos que el nuestro o más afines al de la lengua de origen del préstamo, lo cierto es que las lenguas de nuestro entorno no se sustraen a la tendencia natural a integrar plenamente en sus sistemas lingüísticos las voces de procedencia extranjera con las que su léxico se enriquece, sometiéndolas para ello a sus propias convenciones ortográficas.

Así, por ejemplo, el término italiano balletto (‘danza clásica’) pasó al alemán en la forma Ballett y al francés en la forma ballet, lengua esta última desde donde se difundió al inglés y al español con la grafía francesa ballet, y al portugués con la grafía adaptada balé. E incluso un anglicismo como sheriff, que hace referencia a un determinado representante de la justicia en el ámbito anglosajón, ha penetrado en distintas lenguas que han modificado la grafía original para adaptarla a sus respectivos usos ortográficos: francés shérif, italiano sceriffo, portugués xerife y catalán xèrif. Por su parte, la voz de origen japonés geisha (‘joven nipona instruida en diversas artes para el entretenimiento masculino’) se ha acomodado al italiano y al portugués en las formas adaptadas gheiscia y gueixa, respectivamente, mientras que en francés o alemán se ha mantenido la ortografía heredada del inglés. Así pues, siguiendo esas mismas pautas, nada impediría que los mencionados vocablos, que hoy por hoy se usan en español con las grafías originarias, se adaptaran gráficamente a nuestra lengua en las formas balé, sérif y gueisa.

Las voces extranjeras deben escribirse siempre en los textos españoles con una marca gráfica que destaque su condición de palabras pertenecientes a otra lengua: preferentemente en cursiva en la escritura tipográfica (siempre que el texto base esté escrito en redonda; pero en redonda si el texto base está escrito en cursiva) y entre comillas en los textos manuscritos, donde no es posible establecer la oposición entre la letra redonda y la cursiva. Esa marca gráfica estará indicando que el término en cuestión es ajeno a nuestra lengua y que, debido a ello, no tiene por qué atenerse a las convenciones ortográficas españolas ni pronunciarse como correspondería en español a esa grafía. Así se observa en los ejemplos siguientes, donde las palabras ballet y blues, escritas en cursiva, no se pronuncian [ballét] o [bayét] y [blués], como cabría esperar si fueran palabras españolas, sino [balé] y [blús], como aproximadamente les corresponde en francés y en inglés, lenguas a las que respectivamente pertenecen estos términos:

«El ballet de los niños sobre el césped mullido como el terciopelo le parecía a Balbina una visión celestial» (Donoso Casa [Chile 1978]).

«Lenta y sudorosa, Vivien hacía el amor como si bailase un blues en vez de una violenta y sensual danza africana» (Volpi Klingsor [Méx. 1999]).

     

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