CAPÍTULO VII. La ortografía de los nombres propios

5. La ortografía de los derivados de nombres propios extranjeros

Los adjetivos y sustantivos derivados de topónimos y antropónimos no adaptados al español deben conservar las características gráficas del nombre del que proceden para facilitar la identificación de la persona o el lugar aludidos:

beethoveniano, liechtensteiniano, picassiano, taylorismo, trostkista, etc.

Estos vocablos derivados, pese a considerarse españoles (y no precisar, en consecuencia, de ninguna marca tipográfica especial), pueden presentar grafías y grupos, tanto consonánticos como vocálicos, anómalos para nuestro sistema gráfico en el segmento conservado del nombre propio: «En estos términos se expresó el sacerdote lefebvriano Juan Fernández Krohn» (Abc [Esp.] 14.5.1982). Por ello, les corresponde con frecuencia una pronunciación mixta, que combina la de la lengua de origen (o una aproximación a ella) en la parte del nombre propio extranjero al que se asocian y la española en el sufijo derivativo:

brechtiano [brejtiáno], flaubertiano [flobertiáno], gaullista [golísta], rousseauniano [rrusoniáno] o shakespeariano [shekspiriáno] [sespiriáno] o [chespiriáno].

Este criterio no es aplicable a los nombres comunes derivados de nombres propios que han pasado a adquirir significado léxico y a designar productos, objetos, enfermedades u otro tipo de realidades, ya que estos sustantivos, a diferencia de los tratados más arriba, deben adaptar su grafía al español, por más que esta pueda distanciarse de la del nombre propio que constituye su étimo:

alzhéimer (de A. Alzheimer), armañac (de Armagnac, región de Francia), boicot (de Charles Cunningham Boycott), cárter (de H. Carter), diésel o dísel (de R. Diesel), hercio (de H. R. Hertz), párkinson (de J. Parkinson), quinqué (de Antoine Quinquet), yacusi (de los hermanos Jacuzzi), zépelin o zepelín (de Ferdinand von Zeppelin).

     

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