Sintaxis

32 La interjección. Sus grupos sintácticos

32.4 Interjecciones y onomatopeyas (II). Aspectos sintácticos

32.4a En el § 32.2d se explicó que cuando las onomatopeyas designan sonidos humanos pueden ser imprecisos los límites entre estas y las interjecciones, sobre todo porque no existe contradicción en que una voz designe un sonido (o se use acompañando a un movimiento) y exprese a la vez una reacción afectiva o una respuesta emocional:

Lucio: (Emocionado) No, no… su cara no es fea. Ustedes no entienden… Su cara NO ES FEA: es… hermosa. Profanador 2: (Sigue saltando) ¡No, no, puf, puf…! (Álvarez, Catedral); […] mis peores neuras (al lado de las cuales, ag, el fenómeno del Niño no pasa de ser un dope de Chirinos Soto) (Caretas 17/7/1997); Se echó a reír. “¿Locos de amor? ¡Ja ja! ¡Je je! ¡Ji ji!” (Quintero, E., Danza); Vivian hizo tch tch tch con su boca fruncida en falsa congoja y diversión real (Cabrera Infante, Tigres).

32.4b Las onomatopeyas y las interjecciones admiten al menos dos formas de integración en el texto. En la primera pueden ser complementos de diversos verbos y de otras clases de palabras. Así, en La pobre niña no dijo ¡ay! Murió calladita y risueña… como un ángel (Galdós, Abuelo), la interjección ¡ay! se usa en el discurso directo (§ 43.9a-e, o-r) y representa el contenido de una cita, por lo que complementa al verbo decir como lo haría un grupo nominal. En la segunda forma de integración, la partícula se intercala en el texto sin ejercer propiamente una función gramatical, como en […] ese chocolate infalible que se tomaba de a pastillita por taza pero que ay, ay, ay, ya no se toma más (Vallejo, F., Virgen). Se analizarán ambas formas de integración en los apartados que siguen.

32.4c En la primera forma de integración a la que se ha hecho referencia, las interjecciones y las onomatopeyas se usan como complementos en diversas estructuras oracionales. En tales casos, la interjección no expresa necesariamente una emoción experimentada por el que habla, sino más bien el contenido que corresponde al complemento de un verbo. Los textos siguientes contienen interjecciones tras verbos de lengua usadas como citas en el discurso directo:

El agua está helada, meto un pie y digo: uff (Mañas, Kronen); Gamboa dijo ¡alto! y preguntó ¿alguien quiere algo conmigo, de hombre a hombre? (Vargas Llosa, Ciudad); Con los ojos quemados por la rabia, grité: ¡Basta! (Asenjo, Días); Puse las manos sobre sus oídos y le dije gracias (Mendizábal, Antoñito); Le extendió un vaso lleno de cerveza y exclamó: ¡salud! (Souza, Mentira); Hubo una nueva pausa, hubo nuevas pataditas de Fernandito repitiendo ¡vamos! (Coloma, Pequeñeces); Mi abuela materna habría entre suspirado y exclamado: ¡Santo cielo! (Bryce Echenique, Martín Romaña).

Son también frecuentes en esta pauta los verbos de percepción sensorial, casi siempre relacionados con el sentido del oído, como en Al terminar la representación, se oyó ¡oooh! en el teatro o en Martín, al llegar a la esquina de O’Donnell, se tropieza con Paco. En el momento en que oye ¡hola!, va pensando: —Sí, tenía razón Byron (Cela, Colmena).

32.4d Las interjecciones y los grupos que forman pueden ejercer asimismo el papel de predicado en las construcciones bimembres, especialmente cuando se usan para negar o rechazar algo:

Pero, ¿sabe usted?, a mí los tronos ¡puaf! (Gómez-Arcos, Interview); —Ha vendido usted una parte de la banca Matutes… —Yo, ni hablar (Tiempo [Esp.] 21/5/1990).

32.4e Los sustantivos de un reducido grupo, al que pertenecen lástima, milagro, suerte y algunos más, se usan como expresiones interjectivas en función de predicado en las exclamativas bimembres de sujeto oracional. Esta función es característica de los grupos exclamativos (¡Qué bueno que ya terminaron!; ¡Qué bien que venga a visitarnos!), como se explica en los § 42.15i, j, pero es infrecuente entre las interjecciones:

Las únicas películas bonitas, ¡lástima que la Muerte nos lo haya recogido!, son las de Pedrito Infante (Espinosa, E., Jesús); Alcides, milagro que usted no se quedó en Miami cuando su hijo lo llevó de visita (Quintero, Esperando); Suerte que me acuesto tan cansado que me duermo sin darme cuenta (Coronado, Sombra).

Algunos autores extienden este paradigma a las construcciones en las que ocupan el lugar de estos sustantivos ciertos adverbios o locuciones adverbiales, como por supuesto (¡Por supuesto que lo entiendo!), seguramente, sin duda, desde luego y otras expresiones similares. Aun así, no es claro que estos elementos dejen de pertenecer a la clase de los adverbios para integrarse en la de las interjecciones. Se retomará esta cuestión en el § 32.5n.

32.4f Al igual que otras expresiones exclamativas, las interjecciones pueden funcionar como apódosis condicionales, como en Si así fuera, ¡adiós pipa! (Verdaguer, Arte), a la vez que suelen rechazarse en las prótasis por su incompatibilidad con la naturaleza prospectiva o virtual de estas. Las interjecciones apelativas alternan en muchos contextos con los imperativos, pero se diferencian de ellos en que estos últimos rechazan la subordinación por razones morfológicas (*Te dije que ven aquí ). Para la incompatibilidad de la morfología del imperativo con la negación, véanse los § 42.3v-x. Al igual que otras fórmulas que dan lugar a actos verbales, las interjecciones admiten el uso causal de la conjunción que (¡Auxilio, que me ahogo!; ¡Adiós, que es tarde!). Este uso de que está restringido por varios factores de carácter modal, como se explica en los § 46.3i-k.

32.4g Las onomatopeyas se registran igualmente como complementos de diversos verbos que introducen los sonidos que se producen. El más característico de todos es hacer, como en La balsa hizo ¡plof! y se hundió, o en los textos siguientes:

Cabriolo hizo dos veces miau, en señal de asentimiento (Moix, Arpista); El burro y la vaca con el aliento me daban calor y dice mi madre que como la vaca estaba muy contenta de que yo naciera hacía muu y el burro relinchaba y movía las orejas (Arrabal, Cementerio); Tú, mi bonito globo de colores, has hecho pum, y yo aún no me lo puedo creer (Hidalgo, Azucena); ¡Y los mismos duraznos cuando hacen ¡flop! y se caen de los árboles a la hora de la siesta…! (Viñas, Maniobras); ¿Alguna vez te has parado a escuchar de cerca el ruido que hacen las burbujas de la gaseosa cuando la echas en un vaso? Hace ¡clissssss…! (Marsé, Rabos); Martín iba arrastrando los pies, iba haciendo ¡clas! ¡clas! sobre las losas de la acera (Cela, Colmena).

En una variante de esta construcción, la onomatopeya constituye una aposición explicativa de un sustantivo, como en Hizo un ruido, ¡pam!, como si diera en la pared (Sánchez Mazas, Pedrito).

32.4h También destaca el verbo oír entre los que admiten onomatopeyas como complementos:

Ver el ojo rojo, oír ¡cric, crac! dentro de la pila (Cunqueiro, Mocedades); Por las rendijas de las persianas, a franjas, entraba la noche. Y oí: tac, tac, tac (Matute, Memoria); ¡Bum, bum! se oyó, casi simultáneamente a dos cañones y, enseguida, tres más (Murillo, J., Mbororé); Aplicó la palma de su mano deseando oír: ¡chap! (Gironella, Cipreses); Solo se oye: “Tun, tun, tun, tun, tun, tun, tun, uuuu iiii… ¿A qué huelen las nubes…?” (Motos, Club).

Con frecuencia mucho menor, se registran también otros verbos en esta pauta: Llegué a casa y el gato me dijo miau, miau (Expreso [Ec.] 13/3/2003). Es frecuente, en cambio, que el complemento de manera del verbo sonar esté constituido por una expresión onomatopéyica:

El agua que goteaba de las tejas hacía un agujero en la arena del patio. Sonaba: plas, plas, y luego otra vez plas (Rulfo, Pedro Páramo); Unos [cartuchos] sonaban ¡pannn!, otros ¡paf!, otros ¡pummm! (Gracia, Caza); El zorro movía las lapas, que se entrechocaban sonando: trac, tarac, trac, tarac, trac (Alegría, Mundo); Ginés ha recogido la cachiporra y golpea con ella a Don Quijote en la cabeza, o sea, en su protección metálica. Suena ¡klink! y Don Quijote se desploma (Sastre, Viaje); Su cabecita era como un costalito de huesos que sonaba: “poc, poc, poc” (Viezzer, Hablar).

32.4i Son relativamente raras las onomatopeyas en el discurso indirecto (§ 43.9). En cambio, esta forma de integración en el texto resulta muy frecuente con las interjecciones:

Yo le digo que gracias, que bueno, que no importa, que le diga que me llame cuando vuelva (Steimberg, Espíritu); Los miembros de nuestro auditorio, que no pecaban de imaginativos, dijeron que qué horrible, que ¡ah chihuahuas!, que lo sentían mucho (Alatriste, Vivir); La marquesa doña Casilda miró su Vacheron diciendo que ¡uy!, ¡qué tarde se hacía! (Donoso, Marquesita).

Las interjecciones se integran en otros esquemas sintácticos, entre los que destacan especialmente las construcciones consecutivas y las ilativas. Estos contextos no suelen ser compartidos tampoco por las onomatopeyas:

De modo que ¡basta!… Y acaba de vestirte (Sampedro, Amante); Así que ¡largo, bellaco! ¡Fuera de aquí! (Asensi, Iacobus); Estando en Deva, unas angulitas de Aguinaga, que ¡vamos! (Unamuno, Espejo); Que si pasara algo, eh, esta vez yo no respondo por usted, así que ¡a ver…! (Pombo, Héroe); Nadie la ha descubierto todavía, y probablemente nadie la descubra jamás. De modo que ¡cuidado! (Roa Bastos, Supremo).

32.4j En la segunda de las dos pautas a las que se hizo referencia en el § 32.4b, las interjecciones y las onomatopeyas se intercalan en el texto sin afectar a su estructura sintáctica. Interrumpen, pues, el discurso sin subordinarse a otra categoría. Este uso se ajusta con propiedad a la etimología del término interjección (lat. interiectĭo, derivado de inter ‘entre’ y iacĕre ‘echar’). Usadas de esta manera, las onomatopeyas integran expresivamente en el discurso la mención de sonidos diversos:

Al instante, ¡paf!, Simón se desploma de las alturas y se estrella contra el suelo (Paz, Sombras); Y, de repente, cataplum: se vino abajo (País [Esp.] 15/5/2001); Empecé pim, pam, pim, pam, y en un verbo colgué siete perdices (Delibes, Diario); La letra de la cancioncita habla de “quitarse los zapatitos y clavar el piececito con unos clavitos, plas, plas, plas” (Vanguardia [Esp.] 25/1/1994); Y de pronto ¡patapún! el Packard se propasa del borde, cae al agua (Bioy Casares, Muñeca).

32.4k En algunos de estos casos, la onomatopeya se asimila en gran medida a la interjección, ya que no designa exactamente el sonido que se produce, sino que acentúa el efecto que provoca en el ánimo alguna acción a través de sonidos convencionales que la imitan o la resaltan de forma estilizada:

Basta que un hombre se decida a algo, arreglar estufas por ejemplo, para que ¡zas! la mujer le caiga encima (Castillo, Cuentos); Se coge la hemiplejia en el gimnasio, pim, pam, pim, pam y ya verán ustedes lo que le dura (Burgos, A., Rehabilitación).

Estos usos se han llamado paralingüísticos. Como se ve, no se pretende con las expresiones subrayadas imitar aquí sonido alguno, pero la presencia de zas en el primer texto acentúa lo imprevisto o lo inmediato de la acción que se describe, y la de pim, pam, pim, pam en el segundo subraya el carácter continuo o repetido de ciertos ejercicios físicos. En casos como estos, las expresiones interjectivas paralingüísticas verbalizan ciertos rasgos semánticos de carácter aspectual que, o bien están presentes en las acciones que se describen, o bien se añaden a ellas como marcas intencionales.

32.4l Las interjecciones intercaladas expresan reacciones emotivas del hablante que tienen lugar al hilo de lo que se va describiendo:

Figúrese que […] ha echado el anzuelo, que le han picado, que tira para arriba, y que ¡oh, sorpresa!, me ha pescado a mí (Galdós, Fortunata); Tengo el horror de la que ¡oh Dios! tendré que nombrar: de la muerte (Rubén Darío, Cuentos); Es como lo de la mala vena, que ¡hala!, la sangre de Rodrigo por acá, y la sangre de Rodrigo por allá (Grandes, Malena); Ahora que ¡claro!… si yo quisiese (Trigo, Jarrapellejos).

32.4m Tanto las interjecciones como las onomatopeyas admiten usos sustantivados. En tales casos se construyen con determinantes, adjetivos y otros modificadores nominales, como en Se escuchó un ¡oh! prolongado. Se subrayan varias interjecciones y onomatopeyas sustantivadas en los textos siguientes, junto con los elementos que las modifican dentro del mismo grupo nominal:

La luz era intensa y tuvo que cerrar los ojos gritando un ¡ay!, tan lastimero, que hizo volver el rostro al fraile (Martínez Salguero, Combate); Reemplazaba a las guitarras la música marcial de las espuelas, el chis chas de los sables en sus vainas (Acevedo, Nativa); Masculló un “¡Hola!” que pretendía ser un saludo (Blasco Ibáñez, Barraca); […] cuando clavó sus ojos en la puerta y lanzó un “¡Guau!” (Ramos/Lejbowicz, Corazones); Por fin una noche soltó un ¡hurra! porque nos embarcábamos a la mañana siguiente (Bryce Echenique, Martín Romaña).

En general, las interjecciones sustantivadas se identifican como expresiones denominativas de los sentimientos que expresan: los vivas, numerosos olés, varios ayes o las subrayadas en este texto:

Tenía un tono neutro por donde a veces escapaban los ¡gua! y los ¡cónchales! junto a los ¡vamos, hombre! y ¡no sea usted desaboría! (Herrera Luque, Casa).

32.4n Entre las onomatopeyas sustantivadas cabe distinguir, en primer lugar, las integradas completamente en el paradigma de los sustantivos, como tictac (‘sonido del reloj’), bum (‘manifestación súbita y expansiva’, en uno de sus sentidos) o crac (‘quiebra’). Se ejemplifican en los textos siguientes, en los que se subrayan los grupos nominales:

Se llaman [pulsares] así porque son objetos cuya radiación recibimos en forma pulsante, como el latido de un corazón o el tictac de un reloj (Claro, Sombra); Explicó que es posible que en Europa se produzca un “bum económico” en los próximos años (País [Esp.] 27/10/2007); ¿Qué opina usted del crac financiero y la crisis económica de 1866? (Olmo, Pablo Iglesias).

Forman un segundo grupo las que mantienen su sentido original y reflejan, por tanto, de forma más literal el sonido al que corresponden:

Me desplacé lentamente hacia la mesa, temeroso de que el glu-glu del agua llegara hasta los oídos de los profesores y alumnos (Araya, Luna); En eso estaban cuando llegó la Nana arrastrando sus alpargatas, con su frufrú de enaguas almidonadas (Allende, Casa); […] el guau, guau que ni siquiera pudo balbucir, callado ahora, petrificado en esa sangre que se pone oscura (Ortiz, L., Luz).

Información adicional

En relación con este capítulo, las siguientes entradas del Glosario de términos gramaticales podrían ser de su interés:
discurso directo, discurso indirecto

 

Nueva gramática de la lengua española
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