CAPÍTULO VII. La ortografía de los nombres propios

2. Antropónimos

2.1. Antropónimos españoles

2.1.1. Nombres de pila

2.1.1.1. La ortografía de los nombres de pila

2.1.1.1.1 Variantes tradicionales

Dentro de los nombres propios que pertenecen al inventario tradicional hispánico, puede distinguirse entre aquellos que muestran una única forma asentada en español (Álvaro o Inés), para los que no se considera correcto el uso de otra grafía, y aquellos que presentan una o más variantes asentadas que se han fijado en la tradición como igualmente válidas (Jenaro y Genaro, Elena y Helena).

Por regla general, los nombres propios deben someterse a la ortografía de la lengua a la que pertenecen. No obstante, en ocasiones presentan peculiaridades que pueden juzgarse como anomalías permisibles dentro del sistema ortográfico, entre las que se cuentan la conservación de grafías arcaicas (a veces fosilizadas en una de sus variantes, como en Ximena, por Jimena, o Leyre, por Leire; v. cap. I, § 6.2.2.3.2 y 6.1.2.1.2c) o la aparición de combinaciones gráfico-fónicas no presentes en palabras patrimoniales, pero que permanecen en aquellos nombres recibidos de otras lenguas (Vladimiro o Cuauhtémoc; v. § 2.2).

2.1.1.1.2 La escritura de los nombres de pila compuestos

A menudo, varios nombres de pila se combinan para dar lugar a un antropónimo compuesto, cuya escritura suele mantener la autonomía gráfica de los nombres que lo integran: José Antonio, María de los Llanos, Luis Alberto, Elena María. Solo es posible unirlos con un guion en aquellos casos en los que cabría confundir el segundo de ellos con un apellido: Juan-Marcos Hernández (donde Hernández es el primer apellido), frente a Juan Marcos Hernández (donde Marcos es el primer apellido). Tanto si se escriben de forma totalmente independiente como si se unen con guion, todos los componentes del nombre mantienen la integridad de su grafía, incluida su acentuación gráfica, aunque el primer elemento se pronuncie sin acento prosódico en ese contexto (v. cap. II, § 2.3.1.2.1a).

Sin embargo, precisamente esa pérdida de tonicidad del primer elemento ha favorecido que esta clase de antropónimos comience a secundar la tendencia general a la fusión gráfica de las expresiones compuestas (v. cap. V, § 2.1 y 2.1.1) que se pronuncian con un único acento. En consecuencia, aunque la escritura de los nombres propios se muestra más conservadora que la de otros vocablos por el mayor peso de la tradición, han alcanzado cierta extensión e incluso arraigo en el uso grafías simples para ciertos antropónimos compuestos: Mariángela, Marialuz (también Mariluz), Maricarmen, Josemaría, Juanjosé, etc. Como se ve en los ejemplos, el segundo componente pierde la mayúscula al quedar su inicial en interior de palabra. Para la acentuación de estos compuestos, v. § 2.3.

     

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